El mundo asiste a una nueva escalada de la violencia institucionalizada. Mientras millones de trabajadores enfrentan el desempleo, bajos salarios, trabajos precarios y recortes en servicios esenciales, los gobiernos destinan cifras obscenas a la maquinaria de guerra.
El gasto militar global supera ya los 2.4 billones de dólares anuales en 2025, seis veces más que el presupuesto total destinado a combatir el hambre en el mundo.
La industria bélica sigue batiendo récords de beneficios. Las cinco mayores corporaciones armamentísticas obtuvieron el año pasado ganancias por 200 mil millones de dólares, equivalente al PIB combinado de varios países latinoamericanos. Mientras tanto, uno de cada diez niños en el mundo trabaja para subsistir y los sistemas públicos de salud colapsan por falta de financiamiento.
Este militarismo creciente no es un fenómeno aislado sino parte esencial del sistema capitalista actual. Los mismos Estados que recortan pensiones y el gasto en salud y educación encuentran siempre billones para nuevas armas de destrucción.
Esta locura armamentística ocurre mientras hay 56 conflictos activos que han desplazado a más de 100 millones de personas. Las guerras modernas ya no se libran solo en territorios lejanos: la militarización de la represión y la criminalización de la pobreza son hoy formas de guerra contra los propios pueblos.
El Grupo EcoAnarquista – GEA, fiel a su tradición internacionalista y antimilitarista, hace un llamado a los trabajadores y las trabajadoras del mundo a: – Rechazar la producción de material bélico en fábricas y talleres. – Organizar la resistencia contra el reclutamiento militar. – Rechazar el gasto militar y exigir que sea invertido en salud, educación y vivienda. – Fortalecer la solidaridad internacional contra los verdaderos enemigos: los Estados y el capital.
Hoy, como ayer, la paz no vendrá de los palacios de gobierno. Será conquistada desde abajo, con la fuerza organizada de quienes sufren las consecuencias de esta barbarie.
Antártida libre: Un territorio para toda la humanidad.
La Antártida es el último continente libre del que ningún Estado es dueño. Su condición excepcional fue reconocida en el Tratado Antártico de 1959, que establece que el continente «se utilizará exclusivamente para fines pacíficos» y prohíbe «toda actividad militar», restringiendo la presencia de los ejércitos solo para el apoyo a la investigación científica. Este Tratado también congela los reclamos territoriales existentes y veta nuevos intentos de apropiación.
Este marco legal internacional, sin embargo, no es una garantía definitiva porque se apoya en el compromiso voluntario de los Estados parte. La defensa de la Antártida no puede limitarse a mantener el estatus jurídico actual. Debe ser una afirmación radical: contra la soberanía, contra el militarismo, contra la apropiación de los Estados y de las corporaciones trasnacionales. La Antártida debe permanecer libre de Estados, de fronteras, de mercados y de ejércitos. No como una excepción, sino como un ejemplo de lo posible: un territorio que no pertenece a nadie porque nos pertenece a todos.
Militarización disfrazada.
Aunque el Tratado prohíbe bases o maniobras militares, permite el uso de tecnología y personal militar para fines «públicos» o «científicos». Esta ambigüedad ha sido explotada para legitimar presencias militares encubiertas.
Así, por ejemplo, los acuerdos de cooperación militar que han firmado en 2024 el gobierno de Javier Milei con el Comando Sur de Estados Unidos (SOUTHCOM) profundiza la militarización del Atlántico Sur y forma parte de una estrategia geopolítica de proyección sobre la Antártida que prepara las condiciones para un control logístico de la región polar y viola el espíritu del Tratado Antártico. La instalación de infraestructura militar estadounidense en Ushuaia (Tierra del Fuego) no es más que un caballo de Troya para afianzar la injerencia norteamericana en el Cono Sur, en detrimento de la cooperación científica y la protección ambiental que debieran primar en la zona.
En abril de 2025, la Royal Navy y la Armada de Chile firmaron un convenio para “potenciar la industria naval”, cuyo verdadero propósito es reforzar la dependencia militar chilena del Reino Unido y consolidar el respaldo de la Armada chilena al sostenimiento de la colonia británica en las Islas Malvinas, base estratégica para la proyección británica hacia la Antártida y sustento de su reclamo territorial en la región.
La creciente presencia militar de EE.UU., China, Rusia, Reino Unido y países de la Unión Europea en el continente antártico, bajo el pretexto de la investigación científica, constituye una nueva forma de competencia interestatal encubierta, que utiliza la ciencia como coartada para establecer enclaves estratégicos y avanzar en una silenciosa carrera por los recursos naturales y el control geopolítico de una región.
Reclamaciones territoriales y codicia corporativa.
Siete países mantienen reclamos territoriales sobre la Antártida. Aunque congelados por el Tratado, estos reclamos no han sido retirados. Algunos se solapan (como los de Argentina, Chile y Reino Unido), mientras otros países como EE.UU. y Rusia se reservan el «derecho» de hacerlos en el futuro. Esta lógica posesiva resulta insostenible: no se puede reclamar propiedad sobre una tierra sin habitantes originarios ni vida humana permanente, y menos a nombre de Estados cuya historia se construye sobre la apropiación, la guerra y la exclusión.
Durante esta década se han intensificado las actividades extractivas en la Antártida, como la pesca industrial de kril, clave en la cadena alimentaria polar, y cada año se conoce de nuevas prospecciones “científicas” que dan con nuevos depósitos de hidrocarburos o minerales. Este avance amenaza los ecosistemas y revela el fracaso del enfoque estatal y capitalista para gestionar un bien común.
Hacia una Antártida autogestionada y libre de Estados.
Desde el Grupo EcoAnarquista – GEA, proponemos que, en lugar de ser administrada como un condominio de Estados, la Antártida sea organizada desde abajo, a través de una red global de cooperación científica, ambiental y comunitaria.
Para tales efectos proponemos la creación de un Consejo Mundial de Ciencia Antártica, con mandato revocable y funciones deliberativas. Este órgano no representaría Estados, sino saberes y acuerdos: una forma de administración sin soberanía, sin jerarquías y sin armas.
De este modo, las estaciones de investigación serían gestionadas por colectivos internacionales, universidades autónomas y comunidades científicas, sin tutela gubernamental ni fines de lucro. Así, la ciencia antártica, en vez de servir a intereses geopolíticos, se orientaría al conocimiento compartido, abierto y transparente.
Aunque el Tratado Antártico es un acuerdo de duración indefinida, el Protocolo al Tratado Antártico sobre Protección del Medio Ambiente (también conocido como Protocolo de Madrid, firmado en 1991 y activo desde 1998), sí incluye una cláusula clave sobre su revisión futura después de 50 años de su entrada en vigor, es decir, a partir de 2048. Ese año cualquier Parte Consultiva puede solicitar una conferencia para revisar el Protocolo y podrían modificarse las disposiciones actuales, incluyendo la prohibición absoluta de actividades mineras comerciales que rige actualmente. Por otra parte, nada impide tampoco que algún Estado lo suficientemente poderoso decida desconocer el Tratado en cualquier momento.
La presencia estatal en la Antártida a significado una avanzada capitalista extractivista encubierta, disfrazada de ciencia o soberanía. El hielo y la vida que contiene no pueden ser convertidos en mercancía ni propiedad. Los reclamos estatales sobre la Antártida solo han servido para perpetuar la idea de fronteras, de soberanía, de exclusividad nacional, todas ellas ficciones que han alimentado guerras y el capitalismo extractivista a lo largo de la historia. Lo que está en juego no es sólo un mapa, sino la posibilidad de imaginar un territorio sin dueños, sin ejércitos y sin banderas.
Desde el Grupo EcoAnarquista – GEA, llamamos a iniciar una campaña internacional por la creación de un Consejo Mundial de Ciencia Antártica que represente a la humanidad toda, libre de fronteras, Estados e intereses militares y comerciales.